TAN EQUIVOCADOS



No es posible que estemos tan equivocados, que nuestra memoria lectora nos juegue tan malas pasadas. No es posible que, después de leer cientos, miles de libros, nos suene de puta madre usar adverbios acabados en -mente y gerundios, si es que estos son tan repudiados por el mundo editorial. Por no hablar de los llamados verbos débiles. 

No es posible tampoco que ciertas normas de estilo parezcan salir de la nada y se obedezcan ciegamente. A veces da la impresión de que, la gente que realmente sabía del tema, dejó encargada la lectura de manuscritos a otra gente más torpe o menos intuitiva y, dándose cuenta de que no les iban a hacer entender el sentido de las órdenes, se conformaron con explicarles: si ves las cosas de esta lista, descarta el texto; el escritor es malo.

Yo soy mucho de planteármelo todo y no dar nada por cierto hasta que he sido persuadido de su veracidad. Cada uno de los profesores que he tenido en mi vida pueden dar prueba de ello. Y mis amigos. Por eso no entiendo que hay reglas tan aceptadas que no se planteen y, por eso, visto lo visto, me las tengo que plantear yo para intentar entenderlas. Así que, en primer lugar, entiendo que la mayoría de la reglas de estilo sirven para: 

     Mejorar la sonoridad del texto.
     No sacar al lector de la realidad que está leyendo. 
     Enriquecer la experiencia lectora a un nivel intelectual o anímico.

Realmente, estos tres puntos están muy relacionados. Cuando una frase es cacofónica, cuesta más leerla, y cuando algo es difícil de leer, te saca de la realidad de la historia. Lo mismo sucede con las reiteraciones o las rimas internas, que si estás leyendo prosa, te crean una extraña sensación, como si alguien hubiese hecho una broma. Por supuesto, usar el lenguaje de modo adecuado, novedoso, virtuoso y creativo, enriquece la experiencia lectora. Esto puede sacarte de la lectura, pero solo un segundo, para morir un rato de envidia y seguir leyendo. En general, una prosa rica, contundente o acertada, no debe servir para exhibición del autor, sino como parte de la ambientación que se quiere crear. 

Entonces ¿qué es lo que creo yo que sucede con los gerundios? Pues que es muy fácil que se produzcan rimas internas, engorrosas reiteraciones de palabras que todas acaban en -endo y -ando. Además de esto, si no usamos otras formas verbales alternativas, siempre y cuando aporten el mismo matiz, el lenguaje usado se empobrece; se empobrece la obra; se disfruta menos. Ojo, que puede suceder lo mismo por evitar los gerundios como si estuviesen untados de mierda, que, a veces, no decimos exactamente lo que queríamos decir. Porque, como todos sabemos, no es lo mismo mearse encima que estarse meando encima. 

Algo parecido, entiendo, sucede con los adverbios acabados en -mente. Si usas muchos, a la vez usas muchas palabras que riman entre ellas y, por otra parte, te acomodas en un solo tipo de construcción. Aquí los matices son incluso más importantes a un nivel de estilo. Hay frases en que estos adverbios no se deben evitar. ¿Clavó la flecha con exactitud en el lugar indicado? ¿O, mejor, clavó la flecha exactamente en el lugar indicado?

Y, bueno, luego está el asunto de evitar verbos débiles como si quemaran. Estar. Tener. Con lo redomadamente gafapasta que queda un escritor cuando te lo imaginas, por lo que lees, que estaba buscando verbos alternativos usando el botón derecho de word, no fuera a ser que alguien se diera cuenta del detalle. Descansaba, mostraba, poseía, figuraba, permanecía, etcétera, etcétera, etcétera. Cuando uno está cansando, lo está. Cuando tiene hambre, la tiene. 

Llega un momento en que la vulgaridad del escritor reside en acumular parches para no usar según qué palabras. El despropósito, en ocasiones, es tragarnos sin mantequilla unas normas de estilo que no entendemos y que no entienden ni quienes las explican ni quienes las usan como filtro. En cualquier caso, quedo a disposición de quien quiera corregirme. Advierto que tengo decenas de escritores conmigo. Pío Baroja. Cortázar. Unamuno. Clarín... 

Mientras vosotros citáis un manual de estilo, yo solo tengo que abrir una página de un libro cualquiera escrito por un maestro cualquiera de la Literatura. 

Mi recomendación: escribe bonito, o feo, pero no canses. Cómete el coco para encontrar la frase exacta. Expresa las cosas de un modo en que no las hayas leído todavía. Si le coges el gusto a una construcción concreta, es hora de dejarla. Entiende cómo lo hacen los escritores que te gustan y cocínalo; no te lo comas crudo. Evita las rimas y las reiteraciones. Cuando cambies algo, mira arriba y abajo por lo menos media página. Si estás cansado de corregir, cierra el libro. Sigue corrigiendo cuando te encuentres con fuerza para pelear por cada palabra contigo mismo. Poca frase hay que no se pueda escribir mejor. 

Y no hagas caso a una norma que nadie te sabe explicar. No me hagas caso si no me he sabido explicar. 

YO Y TIEMPO DE HÉROES



Cuando Rafael Nebrera dejó de tomarse las pastillas y nos conminó a hacer algo tan grande como lo de Orson Welles y La guerra de los mundos, reconozco que entré el trapo yendo un poco de sobrado.

Allí había un pifostio de gente que se fue cayendo, agradeciendo el detalle de ser invitados y alegando falta de tiempo, necesidad de centrazo, dolor de tripa. Gente muy educada a la que luego ves poniendo a sus conocidos del facebook al tanto de cómo se encuentra el sofá de su casa cada 12 minutos. Pero bien, todo correcto.

Digo que fui de sobrado porque veía el proyecto con la distancia que da el conocimiento sobre el carácter voluble y bienqueda del ser humano en general, y de la gente que comparte redes sociales en particular. 

En cualquier caso, me quedé. 

Allí nadie tenía ni puta la idea de lo que íbamos a hacer con tamaña acumulación de energía, ya que tampoco había modo de conectarla a una dínamo y comenzar a cobrarle a Endesa, como el que ha amurallado su casa con paneles solares.

Por fortuna, coincidió que Daniel Estorach, después de trasladar un espinoso asunto al conocido e infalible terreno de «por mis santos cojones», consiguió recuperar los derechos de su novela Hoy me ha pasado algo muy bestia. Esto, en la propia casa de uno, es un notición, pero a nivel global no figura como si el último capítulo de Perdidos se lo hubieran dejado escribir a Charlie Kaufman, no sé si me explico. En cualquier caso, yo seguía pensando que toda aquella energía de la que hablé antes iba a acabar en un fanzine (oooooootro fanzine), que no iba a servir absolutamente para nada, ni en la vida de los escritores ni en la de los lectores, y uní este hecho ineludible con el premio que, a mi entender, merece alguien que tiene la fuerza de voluntad de darle la vuelta a la tortilla porque cree que su obra merece mejor suerte. 

Esta conexión de ideas la tuve el día de Reyes. Se lo comenté a los que quedaban en el grupo de Facebook, llamado en aquel momento Proyecto Orson Welles (y daaaaale, que no, que eso solo pasa una vez en la vida, que la gente ya está toreada, que El proyecto de la Bruja de Blair arrasó con lo que quedaba de inocencia, que ya lo intentamos con Cinerarium y no engañamos a naaaaadie). 

Es decir, lo que les comenté fue: «¿Por qué no hacemos algo útil y basamos nuestra creación, la que sea, en el mismo universo del libro de maese Estorach, y así lo mismo le hacen una peli?».

La idea gustó. Fue el regalo de reyes de Daniel, aunque en principio recibió la propuesta con la distancia y autocontrol de quien acaba de recomprar sus propios libros a una editorial, con la que por poco no tiene que batirse el cobre en la calle. Supongo que hizo una valoración de riesgos, lo consultó con su mujer, o se puso a jugar al Tomb Raider. En cualquier caso, no creo que consultase con su abogado, porque era festivo y porque tardó más o menos veinte minutos en aceptar la propuesta. 

Así que nos pusimos manos a la obra y no, no porque yo hubiese tenido esa idea, redondeando la de Rafa, penséis que dejé de ir de sobrado. ¿Estamos locos? 

Había tantas maneras de enfocar el asunto como modos de repartir las habitaciones en una casa ocupa, así que yo propuse (exigí para seguir en el proyecto), jerarquía y una organización argumental dirigida por alguien responsable. Que no me gustaba la idea de que cada uno escribiera el relatillo que le diera la gana. Que si creábamos héroes y villanos, debía haber una trama central que el lector quisiera seguir. Que esa elección de un responsable para coordinar las tramas redundaría en su coherencia y credibilidad. Y me dijeron: «¿Sí?, pues arreando, hermoso».

Así que me encargué del asunto. No os penséis que todos los del grupo entendieron, en ese momento, lo que significa trabajar en un equipo para la consecución de un fin común. Quiero decir, es ese tipo de momentos en que te das cuenta que muchas personas te están escuchando y, por dentro, están pensando: «Qué personaje más chulo tengo en la cabeza. Después de esto voy a tener que salir a la calle con gafas de sol y la gabardina hasta las cejas». 

Sí, hubo lucha de egos. Y no es que yo tenga razón siempre o deje de tenerla, es que cuando alguien me dice que lidere algo, en este caso un departamento de algo, se lo pregunto dos veces, una para que se lo piense y otra para que se piense por qué le estaré pidiendo otra vez que se lo piense. Quiero decir con esto que me convertí en un tirano elegido democráticamente, con unos poderes y límites acordados democráticamente. 

No sé si yo habría aceptado trabajar para alguien como yo. 

Los autores que quedaron vivos, después de estas primeras semanas de concienciación acerca de que habían invocado a Candyman, depositaron en mí mucha confianza. Lo que haya de positivo en Tiempo de Héroes lo han aportado los autores. Lo que haya de negativo es mi culpa. Esa es la otra cara de la responsabilidad.

Todos los autores, y la mayoría de los dibujantes del proyecto, han padecido en algún momento ese sentido mío de la responsabilidad, esa tiranía. Es posible que, si yo hubiese sido más elástico o menos controlador, el libro fuese mejor. O peor. Sería distinto. Hubo buenas ideas descartadas, sacrificadas. Hubo buenos personajes descartados, sacrificados. Ha habido capítulos enteros tirados a la papelera de reciclaje, escritos por gente de la que nunca dejaré de aprender cosas, gente que me ha dejado con la boca abierta en muchas ocasiones. También he modificado ideas iniciales cuando se me ha planteado una alternativa más jugosa, por supuesto. Actuar de otro modo habría sido lo contrario a la responsabilidad.

Es difícil poner a muchos creadores a trabajar en lo mismo, seguramente más difícil que con cualquier otro colectivo.

Les agradezco mucho la confianza depositada en mí, de todo corazón, y les pido disculpas por los malos ratos que les he hecho pasar, por las salidas de tono, por los fallos que les han obligado a trabajar horas de más y por cosas que les habrán molestado de mí y de las que quizá no he tenido noticias. 

En cualquier caso, creo que yo era la persona indicada para coordinar la faceta argumental de este proyecto, al menos la primera vez. Quizá se deba al simple hecho de que llevo muchos años escuchando las cosas que nadie quiere oír, pero sin las que no se puede mejorar como profesional creativo: los motivos de un rechazo. Y, como decía, esta solo ha sido la primera vez que lo hacemos, porque... 

Lo que os ofrecemos en estas entregas de Tiempo de Héroes es el seguimiento de una trama principal ideada por mí y desarrollada por personajes inventados por el resto de autores. Esto no se acabará, seguramente, cuando concluya, para bien o para mal, la venganza de PekinP. 

Entrarán y saldrán autores, dibujantes, compositores de banda sonora, maquetadores, correctores y personajes, pero la ambientación de héroes urbanos comenzada por Daniel Estorach ha llegado para quedarse. Estad atentos a los que os digo; me equivoco pocas veces. Nadie daba un duro por nosotros y Norma decidió que esto había que publicarlo. 

La cosa no se quedará en el papel. 

Lo veréis.

Lo veré.

Y, en ese momento, pensaré: bendito el día en que Rafael Nebrera dejó de tomarse las pastillas y me llamó para que ayudara a hacer algo grande. 

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